Andra moi, ennepe, Mousa...
Recuerdo con gran cariño a mi primer profesor de griego, que, ante la inevitable y pragmática pregunta que a todos los que nos hemos decantado por el maravilloso y apasionante mundo de las letras nos han formulado en alguna ocasión, “Y eso, ¿ para qué sirve?”, respondía invariablemente: “El griego sirve para todo, ¡hasta para freír un huevo!”.
No estoy seguro de que la “re coquinaria” entre dentro de las competencias de la cultura clásica, pero, lo que sí parece evidente es que, a lo largo de los siglos, esta última ha influenciado, sugerido, susurrado e inspirado a los artistas de todas las épocas, que han explotado localizaciones, recreado personajes, refundido mitos y aprovechado materiales para dialogar con sus contemporáneos basándose en unos cimientos bien asentados.
En literatura, que es de lo que se va a tratar en este artículo, podríamos distinguir dos métodos para abordar este tránsito: la “imitatio”, que recoge el modelo y lo deposita suavemente en su tiempo, centrándose especialmente en la forma. Este sería el caso de, por ejemplo, la Fábula de Polifemo y Galatea de don Luis de Góngora y Argote, y la “translatio”, que consistiría en adentrarse en la substancia, en la esencia del mito, transformándolo, mutatis mutandis, y adecuándolo a la época del autor.
Podríamos señalar aquí, entre otras muchas, Pigmalion , de George Bernard Shaw (que dio lugar a la película My fair Lady), Frankenstein , de Mary Shelley, (subtitulada “el moderno Prometeo”) el Ulises, de James Joyce o también, por qué no, Las aventuras de Simbad el marino, como apunta J.L. Borges en su recomendable relato “El inmortal”.
Una de las obras que rescata el mito odiséico de una manera sutil, o quizá no tanto, es una de las más conocidas dentro de las mal llamadas “literatura juvenil “: Veinte mil leguas de viaje submarino (VMLVS). En ella, Julio Verne recrea los distintos episodios de La Odisea, extendiéndose, incluso, a dos de sus novelas, Los hijos del capitán Grant (LHCG) y La isla misteriosa (LIM).
La Odisea tiene, al menos, tres niveles de lectura: el de viaje iniciático, como nos recuerda Konstantin Kavafis en su poema “Itaca”; el del retorno del guerrero, que nos han legado obras tan notables como The searches (Centauros del desierto); y el meramente de aventuras, más superficial, y en el cual nos centraremos en este artículo, haciendo, en todo caso, inmersiones en los otros pero a poca profundidad, señalando las semejanzas y llamando la atención sobre las diferencias, que son, a nuestro juicio, significativas.
La Odisea se abre, en sus cuatro primeros cantos, con la Telemaquia, así llamada porque el hijo de Odiseo, Telémaco, parte de Itaca en busca de su padre, argumentó similar al de LHCG, que Verne está escribiendo a la vez que VMLVS. A esta búsqueda del padre biológico (centrada sobre todo en el personaje de Robert Grant, hijo del capitán Grant), que se inicia con un prodigio de resonancias bíblicas, el hallazgo de una botella en el vientre de un pez, se une la del padre espiritual y moral, Lord Glenarvan, adentrándose en el laberinto del conocimiento con la ayuda del geógrafo Paganel, y curtiéndose en las artes de la marinería con el capitán John Mangles. Este tránsito simbólico de la niñez a la edad adulta será el mismo que experimente Telémaco y que, cuando acabe La Odisea hará de él un hombre hecho y derecho, digno heredero de su padre.
Veinte fueron los años que transcurrieron entre la partida de Odiseo a la guerra de Troya y su regreso a Itaca, por lo que no parece extraño que sea esa misma cifra, apenas camuflada, la que aparece en el título. Recorrido en el espacio o en el tiempo que transformará a los protagonistas aportándoles experiencias, conocimiento y sabiduría. Tampoco se antoja extraño que, puesto que Homero divide su obra en 24 cantos, las dos partes de VMLVS sean de 24 y 23 capítulos, respectivamente.
Desde muy temprano, diversos autores han señalado el parentesco entre las dos obras y sus protagonistas, a raíz del nombre que ambos utilizan: Nemo, nadie en latín y Outis, nadie en griego, pero, mientras para este último el nombre es una treta (“politropon”, astuto, lo llama Homero), para el capitán Nemo es una definición (“Nomen omen” decían los latinos, el nombre es un presagio), pues muy poco, por no decir nada, vamos a conocer en esta novela de la filiación del capitán ni de sus motivaciones, enigma que se resolverá en LIM, en la cual también aparecen (sorpresa, sorpresa) personajes de LHCG. No es este el único paralelismo en los nombres. El arponero Ned Land es el único que lucha con armas arrojadizas, que en griego se dice...Telémaco (Telemajós). Además, su apellido se traduce como tierra, patria, y es él quien quiere abandonar el Nautilus para volver a tierra, porque el profesor Aronnax actúa como si hubiera probado la flor del loto. Son, Ned Land y el capitán Nemo, los dos únicos personajes descritos de forma cuasi homérica. El arponero, como un héroe, y el capitán casi como un semidiós, al cual incluso se le atribuye en alguna ocasión el poder del rayo; como dice Nemo, “ mi electricidad no es la de todo el mundo”.
Uno de los episodios más conocidos de La Odisea es el encuentro de Odiseo con Escila y Caribdis, que ha dado mucho juego en las artes plásticas, quizá por su espectacularidad, y algo menos en la literatura, lo que no es de extrañar, dados los pocos versos que se le dedican en el poema. Verne sí que lo aprovecha, pero lo divide entre diferentes capítulos de VMLVS. Estos monstruos se han situado, tradicionalmente, en el estrecho de Mesina, donde existe incluso una localidad en la Italia continental llamada Scilla. Simbolizan el miedo de los antiguos navegantes al paso por los estrechos y, más aún, a las desconocidas criaturas marinas que pudieran salirles al paso en su periplo del “vinoso Ponto”. Este temor puede apreciarse entre los “invitados” del Nautilus al afrontar el de Torres, enlace del Océano Pacífico y el Índico, donde el submarino llega a quedarse varado, y solo se libera gracias a las grandes mareas (casi se podría decir gracias a los dioses, que es el papel que toman en Verne las fuerzas de la naturaleza).
Parece inevitable que, tratándose Escila de un monstruo con seis brazos y cabezas de perro con dientes en cada uno de ellos, Verne se decantara por los calamares, más concretamente por el Architeuthis, un género de calamares gigantes. Las descripciones que hacen Homero y Verne son, salvando las distancias, similares, y ambos hacen hincapié en sus descontrolados tentáculos y en sus numerosas filas de dientes. En cuanto a Caribdis, los dos resaltan la imposibilidad de salir del torbellino y el abismo que se forma en el mar. Influenciado, sin duda, por el fantástico relato de Edgar Allan Poe, Un descenso al Maelstrom, Verne introduce en nuestro imaginario cultural este remolino.
Resulta curioso que la travesía del Nautilus por el Mediterráneo, escenario de La Odisea, y donde tanto se podría demorar Verne en emular las descripciones que Homero hace de sitios conocidos, sea tan rápida (48h.), como si no quisiera entrar en competencia con el poeta griego. Para este, el Mare Nostrum, para aquel, el resto. Sí que se puede señalar que la única interacción del capitán Nemo con alguien de tierra firme se produce en las islas griegas, para dar oro a la causa de la independencia griega. De nuevo Europa contra Asia, de nuevo una guerra de Troya.
Muy visual y conocido es el enfrentamiento de Odiseo con las sirenas, resistiendo la tentación merced, precisamente, a esas ataduras. Dejando a un lado las diversas interpretaciones que ha suscitado este episodio, Verne se apropia de la imagen, y hace que su capitán Nemo, cuando el Nautilus atraviesa el Gulf Stream, en medio de una tremenda tormenta (quizá los vientos de Eolo que se han escapado del odre), se ate al submarino para aguantar el embate de Poseidón.
Un Poseidón que es la causa de que Ulises, que cegó a su hijo, el cíclope, tenga que deambular por el Mediterráneo y no pueda regresar a Itaca, un Poseidón que será también el motivo por el cual el capitán Nemo vagabundee por los siete mares aunque, en esta ocasión, transformado en Gran Bretaña, que, en la época en la que se escribió la novela, era el auténtico rey de las aguas. No me resisto a relatar aquí una anécdota que da fe de ello: cuentan que, en cierta ocasión, invitaron al embajador de Su Graciosa Majestad en Italia a conocer un lago famoso por su elevada salinidad. Al comentarle esta curiosidad, el diplomático quiso cerciorarse y, tras meter la mano en el agua y probarla, exclamó: “¡Agua salada! ¡Esto es nuestro!”.
En la Antigüedad, diversas localidades reclamaban el dudoso honor de hallarse cerca de la puerta de entrada al Hades, sin embargo, Homero la sitúa más allá del río Océano, que rodeaba la tierra, y esa será la ruta que tome Odiseo para bajar al inframundo. Allí acudirá también el capitán Nemo, a lo más recóndito del planeta, a la Antártida, y allí, bajo los hielos eternos, será donde el Nautilus quede aprisionado. Una bonita paradoja, enfrentar al capitán Nemo a un infierno helado, del que apenas podrán salir con un tremendo trabajo. Como nos recuerda Virgilio en La Eneida (VI 126 y ss) “Facilis descensus Averno... sed evocare gradum superasque evadere ad auras... hic labor est” (el descenso al Averno es sencillo... pero volver sobre sus pasos y subir a las alturas... eso, requiere un gran esfuerzo). Estos versos también se pueden aplicar al descenso moral a los infiernos por el que se desliza el capitán Nemo. Sus demonios interiores le hacen ser cada vez más misántropo, culminando su caída con el hundimiento de un buque. Este hecho parece completar su paso, casi podríamos decir, al lado oscuro. Se resumirá en LIM, llegando incluso a matar a unos pretendientes de la isla, (los piratas) con un arma que solo él puede empuñar, como Odiseo con su arco. Por supuesto, esta redención lleva aparejada su muerte.
No querría concluir este breve catálogo de correspondencias sin indicar dos diferencias, a mi juicio, importantes. La primera se refiere a la derrota que señala el norte de su aguja. La de Ulises apunta claramente a Ítaca, a su mujer e hijo, a su reino. Todas sus vicisitudes se justifican por esa meta que, a veces parece inalcanzable. Lo único que les mantiene con fuerzas para arrostrar todas las penalidades, es la esperanza. La del capitán Nemo, y, por ende, la del Nautilus, no marca un rumbo fijo, es una nave desnortada, cruzando continuamente una gigantesca laguna Estigia. Los tripulantes solo hablan una extraña lengua, son hieráticos, muertos en vida que ya han probado las aguas del Leteo, el río del olvido. Además, y esto conecta con el otro punto que quería destacar, la ausencia de mujeres hace imposible la continuidad en el tiempo. Las comunidades sin mujeres que hagan posible la descendencia están condenadas a la desaparición. En La Odisea, por el contrario, hay gran cantidad de mujeres: Penélope, Nausicaa, Circe, Calipso, cada una representando un aspecto de lo que, en la época en la que escribió Homero (seamos indulgentes), creían que eran las mujeres.
En definitiva, la historia de Odiseo es la del capitán Nemo. Todo cambia para que todo permanezca igual, y los lectores participamos de la sustancia de Ulises, pues, ¿quién no ha vivido en alguna ocasión su particular Odisea?, ¿quién no se ha encontrado entre Escila y Caribdis, o ha oído cantos de sirenas?, ¿quién no ha querido conocer al capitán Nemo y surcar los mares en su Nautilus?... Una nave que se ha ganado el derecho a figurar entre los barcos míticos de la literatura, como el Argos, el Pequod, el Nostromo, que navegan por un mar siempre misterioso, siempre amenazante, pero siempre símbolo de aventura y libertad.
Imágenes:
La Odisea (Luis Segalá y Estadella) en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:La_Odisea_(Luis_Segal%C3%A1_y_Estalella)_(page_57_crop).jpg
Veintemil leguas de viaje submarino (Neuville) en https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Vingtmillelieue00vern_orig_0429_1.jpg