Desde
el paseillo de éste lunes, para seguir la costumbre de nuestros
“Lunes al Sol”, seguimos viviendo la incertidumbre de rigor a que
nos someten nuestros políticos.
Caminamos
rápido, para hacer acto de presencia en el Icue, en la concentración
por denunciar, una vez más, otra víctima, otra asesinada por el
machismo. Parece que, cuando contamos las cosas, estas pierden unos
grados de su pureza. Duele no poder dar con las palabras que
transmitan el sentimiento que albergamos las personas que
repetidamente, asistimos a estas concentraciones. Duele ver la
indiferencia que reina alrededor, peor incluso que los abiertos
comentarios contrarios a estos eventos. Parece que la vida no vale
nada, sólo vale nuestra vida, nuestro momento. Nos sentimos
protegidos por un extraño manto de anonimia que se muestra falso,
cuando nos tropezamos con aquello que nunca nos hizo alterar nuestro
rutinario gesto. Y pasa, pasa en cualquier ambiente, entre cualquier
clase de personas, entre ricos y pobres, entre razas y religiones.
Quien
no empatiza con el sufrimiento de un semejante, no merece ser llamado
humano. Claro que la vida nos empuja en otra dirección; pero
evadirnos de la realidad no nos hace inmunes a ella. Vivir, es vivir
cada instante con lo que nos trae la vida, y, no siempre, viene con
una sonrisa prendida. Claro que no nos gusta estar siempre demandando
los actos de personas que no merecen ser calificadas de tales, no nos
gusta tener que salir a la calle y ver que no importamos nada; que
andamos buscando refugio en espacios ínfimos, que tenemos miedo a
confiar en los demás. No, no nos gusta que desconfíen cuando
nuestras intenciones son honestas, cuando buscamos lo mejor para las
demás personas, sin olvidar que nosotras formamos parte de ese
conjunto. Despersonalizandolo todo, llegamos a deshumanizarlo todo;
se rompen los vínculos que nos definen como especie, se rompe
nuestra propia naturaleza, nos perdemos como personas y generamos
monstruos difíciles de catalogar. Entramos en una espiral de
aniquilación en la que lo débil es eliminado; está sucediendo, no
creo necesario poner ejemplos.
Mientras
tanto, los políticos juegan al poder, a un poder fatuo que no les
pertenece, porque el sistema tiene poderes superiores. Nos
permitirán pelear por una representación que nos “gobierne”,
hacer nuestras campañas en favor de unos u otros; discutir programas
y enfrentarnos por unas diferencias en los votos, en los postulados,
en las formas. Pero el fondo sigue siendo suyo, ellos determinarán
quien y como se gobierna, qué se nos concede como premio por nuestro
comportamiento, qué se nos prohíbe por no seguir sus deseos.
En
algún sitio he escrito: “Nuestro
genio sale a la luz cuando defendemos la verdad, aunque tengamos que
superar el miedo que nos inoculan las instituciones”.
Así
que seguimos saliendo a las calles, pese a quien pese y aguantando la
sorna de algunas, la complacencia de otras, la indiferencia de la
mayoría. Y en las calles nos encontramos, nos asambleamos, hablamos,
cruzamos pensamientos, reunimos fuerzas, nos sentimos vivas, reímos
y nos preocupamos, nos ocupamos y sonreímos o nos enfadamos; pero el
centro es cada una de nosotras; lo verdaderamente importante es la
célula que conformamos desde cada individuo. Una gota no hace un
océano; pero cada gota es necesaria.
Claro
que estamos aún lejos de ser la humanidad a que aspiramos; es
posible que nunca lleguemos a serlo; esos que están por encima de
todo lo están poniendo muy difícil. Es posible que hallan
seleccionado los individuos destinados a dar continuidad a nuestra
especie. Como con nosotras no han contado, seguimos intentando que la
humanidad sea lo que quiera ser, ajena a los proyectos de estos
superseres que, desde la prehistoria, se han sentido hijos de la
polla roja y para los que no somos más, que una pieza de su
engranaje. Un engranaje que han ido perfeccionando, para que, cada
día, necesite menos piezas; les sobramos muchas de nosotras, o son
ellas las que nos han sobrado siempre?
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