Son muchas las situaciones en que nos sentimos invisibles; se que no es cosa particular, lo que no mejora la realidad.
Hace años que, limpiando un centro escolar, evidenciaba que era invisible para los profesores que allí ejercían su docencia, quienes pasaban a mi lado sin reparar en mi existencia, quizás andaban muy ocupados en sus propios pensamientos. No resultaba nada grato, tener que volver a fregar un pasillo interminable, ya fregado, por la anteriormente nombrada invisibilidad.
Hace menos tiempo, acampados en las puertas de un hospital como el Rosell, después de más de 80 días de acampada, en la que habíamos llenado de pancartas y pintadas todo el parking del hospital. Resultábamos invisibles, no sólo para los ilustres jefes de servicio del hospital, sino para la prensa, los políticos y los propios compañeros activistas. Tuvimos que poner pancartas avisando de nuestra existencia, en todas las puertas de entrada al hospital. Aún así, continuamos siendo invisibles. Es posible que lo tengamos que presentar en Cuarto Milenio.
Acostumbrados como estamos a esta invisibilidad, llevamos más de 4 años saliendo con cartelería variada en producción y reivindicaciones. Los resultados avalan la invisibilidad que nos persigue. El Rosell, continúa siendo un ambulatorio, mientras la vida de miles de personas, igual de invisibles, corre riesgos innecesarios.
Hace apenas unos días, presentábamos un proyecto para dotar de visibilidad a personas a las que se les ha invisibilizado pese al aporte en terrenos como la cultura, la educación, la música, el teatro, la literatura, la defensa de la naturaleza, la defensa de los Derechos Humanos, la conciencia, la empatía, la solidaridad…Y un largo etcétera, que sería prolijo comentar en estos momentos. Tanta invisibilidad, ha llevado a éste proyecto a quedar invisible. Seguimos en la senda de lo proyectado, y, como proyección; somos intangibles, pura luz en mitad de las sombras.
De tal modo, los invisibles, perseveramos en que nuestra invisibilidad sea una piedra en el zapato de una sociedad demasiado concreta, demasiado cemento, demasiado evidente. Es posible que sigan sin vernos; pero nos van a tener que sentir.
Claro que, cuando nos metemos en terrenos de “lo concreto”, llevamos las de perder siempre; aunque poco importa perder cuando nada tienes, cuando eres tan invisible como tus ideas, por muy concretas que estas sean.
La invisibilidad no duele; pero el dolor es invisible, a veces, tanta ignorancia se nos cuela entre pecho y espalda; como una daga que nos atravesara. También esa daga, entra en el terreno de lo invisible y la vamos a tratar como merece.
Los millones de invisibles que nos movemos en las sombras de esas egregias figuras que todo lo dominan, si que nos vemos en medio de esa luz cálida que desprenden las buenas gentes, nos vemos en el abrazo que nos acerca y en el hombro que se nos ofrece, en la mano que estrechamos, en el límite de una sonrisa, en el chispear de unos ojos. Ahí, los invisibles tomamos cuerpo, nos realizamos, nos creemos y creamos, nos sublimamos.
Así pasa, en rincones del espacio de ésta tierra que se nos cuela en los ojos, arrastrada por el viento; que se nos pega a la piel que nadie ve; nadie, que no quiera ver.
Visibilizamos a Eusebio, a Joselu, a Luis, a Carlos Alberto, a Esperanza, a Chusa...Son tantas las personas que hemos visto, que ya no veremos, que su invisibilidad alimenta nuestra necesidad de hacernos visibles, de hacernos piedra, de pertenecer a la tierra, de escribirnos en el cielo y cantarnos en el estrellarse de las olas. No hay piedra que no tenga más corazón que quien niega a otra persona.
En estos días que comienzan la Semana Santa y la Campaña para las Elecciones Generales; se nos arranca de la invisibilidad, necesitan vernos, necesitan saber de nuestras necesidades; de esas necesidades que les hemos estado repitiendo por activa y por pasiva a lo largo de los siglos. La Semana, será todo lo santa que se quiera, siempre a golpes de euro y falsos golpes de pecho. Mucha constricción y mucho amor a lo divino, olvidando que lo divino está representado en la Tierra por aquellas personas invisibles que desaparecen en las aguas del Mediterráneo, las que mueren de frío por no poder pagar el recibo de la luz, las que mueren de camino a la Arrixaca, por no tener un servicio de hemodinámica en condiciones en Cartagena, por no tener una Sanidad Pública en condiciones; las asesinadas por el simple hecho de ser mujer; las personas que dependen de una pensión para sobrevivir; las empujadas al suicidio por un desahucio…Somos muchas las invisibles, y todo lo expuesto se puede trasladar al aspecto político; son los políticos elegidos los que deben representar y dar corporeidad a tanto invisible; pero distan mucho de responder a las necesidades para las que son elegidos y, sobre todo, distan mucho de responder a las necesidades reales de la mayoría.
De entre todo este marasmo en el que nos envuelven con sus dimes y diretes, sus bazofias periodísticas, sus histriónicos gestos, su charlatanería; entresacar algo en claro, resulta casi imposible, sobre todo, cuando se nos recluye a la invisibilidad, cuando asumimos esa invisibilidad como natural y desaparecemos durante los períodos entre elecciones; cuando nos arrinconamos a sufrir en silencio el chaparrón de incongruencias a que nos someten día si y día también.
Por eso, también hay clases de invisibilidad en las que el ser conscientes de ello, nos hace ser incómodos para los demás seres invisibles; no sea que se nos vaya a ver.
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